lunes, 13 de diciembre de 2010

Danzante

Mario Navarro Cervantes es originario de Guadalajara y danza “desde que empezó a caminar”. Vecino del barrio de la Capilla de Jesús, a sus 69 años conserva gratos recuerdos de su paso por los grupos de danza. Tuvo once hijos y todos han participado en las danzas, aunque ahora solo cuatro están activos. Danzar, dice es una tradición que se ha transmitido de generación en generación, su padre, Vicente Navarro también fue danzante, y fundó el grupo de danza Anahuac en 1946 que conserva su nombre hasta la actualidad y que dirigió hasta que murió.
Desde niño, Mario Navarro supo que el motivo de la danza era la devoción a la virgen de Zapopan, y ahora sigue siendo esa la razón principal de la existencia de “Anahuac”, danzar para la virgen. Aunque ocasionalmente, acuden a festividades patronales en alguna parroquia; han estado en la Basílica de la ciudad de México, en San Miguel de Allende, Tala, Unión de Tula, Talpa y muchos municipios más del Estado. Los danzantes no perciben un sueldo, sólo el hospedaje, alimentación, transporte y el poco dinero que se recibe es utilizado para las mismas necesidades del grupo.
Ahora la danza Anáhuac es dirigida por su hijo Abel Navarro Jiménez; está integrada por hombres y mujeres, tiene 65 integrantes y la más pequeña es una niña de tan solo cinco años de edad, mientras que la mayor de las integrantes es una mujer de 80 años. Los grupos de danza están organizados por cuarteles, y en cada cuartel se agrupan distintas danzas. En Zapopan hay dos cuarteles, en Guadalajara hay uno y en Tonalá otro.
Desde fundada, la danza Anahuac, ha asistido ininterrumpidamente a la Romería cada 12 de octubre, y tres meses previos se preparan con ensayos diarios y con el traje; corona, pechera, zendal y capa que cada 12 de octubre han de ser nuevos. Desde la madrugada del día 12, los integrantes del grupo se dan cita en la calle Manuel Acuña a su cruce con Federalismo, para partir de ahí hacia la Avenida Alcalde y buscar el lugar que les corresponde. Durante las aproximadamente tres horas que dura el recorrido, danzan sin parar al son de los cinco a siete tambores que los acompañan.
Aun así, al día siguiente están listos para festejar el día del danzante, que celebran con la asistencia a misa y la incansable danza en la explanada de la basílica de Zapopan, que reúne a cientos de danzantes de todos los cuarteles. “Si fueran todas las danzas que existen no cabrían”, dice. Pues tan sólo el cuartel de Zapopan que es al que ellos pertenecen cuenta con 80 grupos.

Don Mario platica con nostalgia como han ido cambiando las danzas. Antes, dice había muchas danzas “de conquista”, llamadas así porque combinaban la danza con la representación de pasajes históricos precisamente de la conquista; había personajes que representaban a los indígenas y a los españoles. Se representaba a Cortés, Cuauhtemoc, a la Malinche y había diálogos entre ellos.
Los libretos los escribían los mismos integrantes de la danza, que reconstruían la historia a partir de búsqueda en los libros o entrevistas con personas ancianas, que les contaban su versión de los hechos. Recuerda también como tenía que ir en la búsqueda de la planta de hueso de fraile, que crecía para el rumbo del Batán, para secar las semillas y armar las hueseras.
Para pertenecer a la danza como la que él dirige dice, sólo hace falta que tengan muchos deseos de bailar y una profunda devoción por la virgen, pues el pago de un danzante es el beneplácito de la virgen a la que ofrecen todo su cansancio.
Estar con “la generala” cada año, significa un acercamiento más profundo con ella, que se ofrece de corazón. “Las danzas nunca morirán”, dice. Porque el fervor por la virgen y las tradiciones de los pueblos son eternos.

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