martes, 29 de junio de 2010

TRAVESÍAS EN MÁS DE SIETE MARES.

Publicado en publico milenio 15 junio 2010

Sentado en una silla, rodeado de viejas fotografías de barcos y un enorme timón, don Enrique espera paciente nuestra visita; mientras sus ojos claros miran con ansia de contar, contar las historias que ha vivido un viejo marinero de cien años.
Gustavo Enrique Rolón Dueñas nació en Colima el 25 de mayo de 1910, “no sé por qué estoy vivo, nunca pensé yo durar esto, aunque no muy vivo, medio tarugo” dice con una sonrisa burlona. “Pero aquí estoy dando guerra todavía; eso de vivir cien años es feo, pero ni modo no me voy a suicidar” expresa con humor.
Desde niño creció mirando el mar, vivía en Manzanillo y lo enviaban a la escuela a Colima. Fue entonces cuando contrajo el paludismo que le hizo perder tres años de clases, y perder también el conocimiento por quince días. “tenía una dieta bárbara” recuerda. Una taza de atole blanco en la mañana, otra taza de atole a medio día, y otra en la noche. Pasaba tanta hambre que se quería comer hasta a los gatos. Recuerda con precisión incluso el nombre de un medicamento que le inyectaban, emetina.
Aunque le quedaron secuelas, una vez que se recupero concluyó sus estudios de primaria y cuando tenía la edad de 14 años, en contra de la voluntad de su madre y tras muchos lloriqueos se embarcó en el “Washington”, un barco de 200 toneladas que lo llevaría a recorrer muchos puertos. Empezó como aprendiz, dirigiendo el barco por Manzanillo, Acapulco, Puerto Vallarta, San Blas, Mazatlán, La Paz, Santa Rosalía, Guaymas y San José del Cabo, en ese primer barco estuvo cinco años.
En ese ambiente hizo amigos, recuerda que algún día sacaron una vitrola e hicieron música y se pusieron a bailar, sonriente platica como los rodearon muchas muchachas en la bahía de Guaymas. También navegó en el barco “Bolívar”, el “Jalisco” y el “Coahuila”. Luego de un tiempo regresó a Guadalajara con su madre que tenía una casa de asistencia, pero recuerda que era difícil, “Guadalajara era una tirana, no había trabajo”. Y regresó entonces a Cuyutlán y luego a Manzanillo, en donde volvió a la vida de marinero en el barco “Moctezuma”, estuvo en una oficina donde le pagaban dos pesos diarios, por despachar a los barcos. En seguida, con una carta de recomendación de un Capitán, se fue a Tijuana y luego a San Diego. Ahí le dieron trabajo por dos años en “el sauzal”, un barco pequeño en el que recorrió lugares más lejanos.
Viajó a las islas de Oceanía, recorrió los Ángeles, San Francisco, Canadá. Así pasaba la vida, días en mar, días en puerto, en el buque “Sonora”. Ya antes había estado muy cerca de Rusia y había ido a Japón y Tokio. Navegó por las Islas Fiji, Nueva Zelanda, Hawaii, todas las islas del sur, el Caribe, el Golfo de México, Montevideo, Rio de Janeiro y el Río de la Plata.
Cuando estaba en tierra se divertía junto con sus compañeros, “ya marinero viejo, se mete uno donde no debe, y luego al fin marinos, bola de borrachos y vaquetones, sinvergüenza que es uno”, en esa época se escuchaba Agustín Lara, le gustaban los danzones y era feliz bailando. “Ahora andan como locos, se avientan y se las pasan entre las piernas, que feo”
Don Enrique, llegó a ser Gerente de Servicios Marítimos, una compañía naviera que fundó en Manzanillo, después de toda una vida a bordo de los barcos.
De aprendiz de timonel a Gerente de servicios marítimos, este marinero tiene en sus recuerdos incontables viajes que lo llevaron a conocer el mundo. Le gusta leer los periódicos aunque las noticias lo hacen enojar. “Hay 500 diputados, 500 sinvergüenzas, todos sin excepción; México necesita un dictador pero que sea bueno, necesitamos un Porfirio Díaz para que se arreglen”. Continúa, señalando el periódico, “Ahora esa alianzas, ahí viene en el periódico las alianzas, si para eso son los partidos para dar cada quien sus ideas, es una porquería, da tristeza ver que México sea tan sinvergüenza”. Concluye con indignación, el marinero que después de tantas travesías ahora pasa sus días entre la lectura de los diarios y el recuerdo de los dos grandes amores de su vida, su “chata” Bertha Dueñas y el inmenso mar.

lunes, 7 de junio de 2010

UN CABALLERO DE LOS ANTES. Publicado en público milenio mayo 2010

Por la Avenida Guadalupe en la Colonia Chapalita, entre actuales locales y modernos restaurantes, aparece en el paisaje urbano entre líneas azules y rojas la peluquería “El caballero”, un pequeño local que recibe exclusivamente a clientes del género masculino, que buscan el beneficio de un buen corte. Enrique Valdivia Martínez, de origen zacatecano es peluquero desde 1958, tiene 60 años, y desde joven decidió dedicarse a la peluquería; “empieza uno prácticamente, barriendo, trapeando, limpiando los espejos, sacudiendo a los clientes, de “chícharo” que les dicen, así se les llamaba antes”, afirma con el semblante lleno de recuerdos. Él aprendió viendo a los peluqueros, pues para ese oficio no hay academias como las de los estilistas; ese oficio, dice es lírico.
Enrique, comenzó en Santa Teresita, por la calle de Ramos Millán y Juan Alvarez, recorrió después otros barrios de la ciudad en la calle Argentina entre Alemania y Washington. También por la calle Gante, entre 5 de mayo y Analco, y ahora en la colonia Chapalita donde se instaló desde hace 22 años.
Desde “chícharo” hasta ser el maestro que es hoy, este experimentado peluquero ha visto pasar muchas modas, todas dice traídas del extranjero principalmente de Estados Unidos, e inspiradas en personajes del espectáculo, como “el maromero paez”, o Tin Tan que impuso la moda de los “pachucos”. El corte a la Boston, que era pelón de media cabeza hacia abajo, o el flat up, que era un corte también casi pelón.
Por sus peluquerías han pasado diversos personajes como luchadores, jugadores de fut bol y cantantes como Manolo Muñoz. En aquellos tiempos las categorías de las peluquerías, eran determinadas por el barrio en donde se encontraban, aunque dice, la mayoría de los clientes que ha tenido son profesionistas, empresarios o personas del espectáculo. Respecto al oficio dice, tiende a desaparecer pues los “chícharos” que son los aprendices han desaparecido, ya nadie quiere enseñarse, prefieren lavar carros o hacer algo que implique menor responsabilidad.
Entre los objetos que se encuentran en la peluquería como Máquinas, tijeras, navajas, peines, aumentos para las máquinas, espejos; resaltan los tres sillones de peluquero marca Colombia que han acompañado a don Enrique en su transitar por tantas colonias de la ciudad. Pues dice entre risas, “uno se muere y estos se quedan”. Un sillón puede durar hasta cien años con un buen mantenimiento pues no tienen un mecanismo complicado que se pueda descomponer, no tienen motores ni cosas eléctricas, son giratorias, no van pegadas al suelo, y se pueden mover, pero sólo mover, porque uno solo pesa unos cincuenta kilos. Estos sillones han desaparecido del mercado, y los que quedan son los que aún se conservan en las viejas peluquerías que resisten el paso del tiempo.
La peluquería “El caballero” abre sus puertas desde las once de la mañana hasta las siete de la noche de lunes a sábado, en donde se llega a atender hasta 15 clientes al día y hacen cortes tanto antiguos como modernos, aunque dice, los cortes actuales nunca serán tan elegantes como los que se hacen en las peluquerías.
Así, entre lecturas de periódico, notas de música clásica y los sonidos de las máquinas, los clientes del señor Valdivia esperan su turno mientras mantienen viva una de las pocas peluquerías de antaño.